Me he plantado delante del ordenador con la sana intención de hacer una crónica, de esas mías de estar por casa, del concierto de Sigur Rós en La Riviera. Pero es que estoy sin palabras. Me han dejado seco de emociones; se han ido todas con ellos a ese maravilloso país, paraiso en la tierra, que debe ser Islandia.
Para empezar, han conseguido lo que parecía imposible: que yo saliese contento del sonido de la Riviera. Han rozado la perfección sonora (la "reverberación" tan típica e inevitable de la famosa sala estaba ahí, pero bastante bien disimulada). Y me han dejado boquiabierto con su uso del arco para tocar la guitarra o de la baqueta para el bajo. Y me ha sorprendido la voz en directo. Totalmente hipnotizadora. A la postre, el instrumento más importante de un grupo que maravilla con su sonido.Consiguen que sea mágico, envolvente, que tras las dos primeras notas ya te deja la piel de gallina y todos los sentimientos a flor de piel. Son diferentes. Me han emocionado, y mucho.
He conseguido abstraerme e ignorar a los motivados enzarpados, al argentino sin amigos, a la novia que no quería estar allí, al nerd tocapelotas y a los dicharacheros comentaristas (tiene mérito, creerme), y simplemente disfrutar de un concierto que para mi será único. Seguramente podía haber sido mejor, pero lo he vivido con mucha intensidad.
Además de las consabidas Hoppipolla (que la gente ha "cantado" como si el islandés fuera nuestra lengua materna) o Inner Mér, me han sorprendido Gobbledigook (final antes de los bises, con su confetti y todo) y Sæglópur
Y sobre todo el apoteósico final, con un crescendo que parecía no tener límite, y que en realidad, nadie quería que acabase.
PD: Perdón por la calidad de la foto, pero es lo que tiene llegar tarde y no querer peleas, que la ubicación no puede ser buena.
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